¿Alguna vez ha visto a un corredor detenerse y tomar la decisión de sentarse, faltando unos pocos metros para llegar a la meta?¿Recuerda haberlo hecho usted alguna vez?
O, ¿vienen a su mente imágenes de la maratón, los corredores olímpicos, exhaustos durante el trayecto final, desfallecientes, luchando con sus pies, tambaleándose, tropezando y forzando al máximo sus cuerpos para, de alguna manera, llegar a la meta a pesar de la agonía?
¿Cuándo fue la última vez que vio a un caballo de carreras separarse del grupo e ir a pastar tranquilamente? Bien, quizás estos ejemplos caen en la categoría de lo extremo.
¿Cuándo fue la última vez que vio a un caballo de carreras separarse del grupo e ir a pastar tranquilamente? Bien, quizás estos ejemplos caen en la categoría de lo extremo.
Pocos de nosotros llegaremos a competir en las Olimpiadas o a galopar como campeones.
¿Ha sorprendido al pintor abandonando el trabajo, después de revestir la mitad de la casa con la primera capa de verde?¿Deja el carpintero un tercio del clavo por fuera?¿Cómo se sentiría si su estilista decidiera arreglar el lado izquierdo de su cabello y dejar el derecho sin tocar?
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¿Ha sorprendido al pintor abandonando el trabajo, después de revestir la mitad de la casa con la primera capa de verde?¿Deja el carpintero un tercio del clavo por fuera?¿Cómo se sentiría si su estilista decidiera arreglar el lado izquierdo de su cabello y dejar el derecho sin tocar?
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Nada se logra con claudicar en la mitad de la batalla, excepto la derrota y una implacable pregunta que no se desvanece:
--¿Qué habría ocurrido si hubiera continuado luchando?
--¿Qué habría ocurrido si hubiera continuado luchando?
